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lunes, 31 de diciembre de 2012

FELIZ 2013

Este año blanco cargado de magia, luz y vida. Mucha suerte a todos los creadores del mundo.
Desde Ilustratura, con amor, esta felicitación de Susana Rosique y Olga Ruiz.
Os invito a seguirnos en:

http://proyectoilustratura.blogspot.com.es/

jueves, 27 de diciembre de 2012

MICROrreLATOS: 1 AL DÍA. Recopilación DIC 2012



RAREZAS


De pequeños, Pedro siempre llevaba pegamento encima; era su extraña obsesión porque le gustaba etiquetar con  notas amorosas o indecorosas la espalda de cualquiera.  Le daba un gustirrinín especial ser pillado in fraganti y no podía controlarlo. Con los años sustituyó el pegamento por el celo y finalmente se decantó por la high tech de los post it. Todo comenzó el día de los santos inocentes con el inmaculado muñequito blanco y la frasecita: “ Soy tonto” y ha terminado con algunos episodios muy poco divertidos de  revuelta discotequera y noche de cárcel incluida. Es un problema salir con él. Ni cuándo ni cómo lo hace sigue siendo una incógnita y, evidentemente, todo un arte. Yo ya  he sufrido unos cuantos puñetazos por sus ocurrencias.
Hoy me ha llamado por teléfono. Pedro, tenemos que hablar…creo que tengo un vicio no controlado. No te preocupes, cuenta conmigo, colega. Soy tu amigo.
Lo peor de todo; no tiene solución.  Lleva diciendo esto treinta años.

EL CUADRO

Cuando le conocí tenía la cabeza en los pies, a ras del suelo, rodando como balón al azar de las pataletas ajenas. Al mes tenía la cabeza en su sexo;  todo el día excitado. Transcurrido un mes y medio más comenzaron a entrar en juego los sentimientos y la cabeza ascendió al corazón. Finalmente, a los tres meses, conseguí ponerle la cabeza en su sitio, donde siempre debió estar; sobre los hombros. Y pinté un cuadro titulado “Las etapas del amor”, con cuatro viñetas que simbolizaban al puro estilo de cubismo neo-sucio,¾ mi estilo¾, en perfecta secuencia esta historia. Pero eso sí, utilicé un rojo pasión de fondo mezclado con aceite de linaza, diluyente y suave para dar por terminada esta obra con un barniz protector mate. Al cuarto mes, se lo regalé. No entendió nada.


OTRA MAS

Adivina, adivinanza, me dijo:
Estaba tan borracho que al día siguiente se dio cuenta de que la tipa a la que no entendía la noche anterior seguía sin entenderla por la mañana.
Solución: Era alemana.
Risas.


EL TEMA ESTRELLA

No quería ni hablar del tema  “ Yolanda”.  Había pasado de un extremo a otro en cuestión de tres días y cinco docena de magdalenas. Ni mentar la síntesis existencial en busca de las teorías correctas del amor, la enfermedad, el ego,  la muerte y la vida.  Lejos de ser saludable aquella presencia  era totalmente tóxica. Eso de excavar en uno mismo buscando el itinerario correcto —que no tiene por qué ser un atajo—;  eso de mirar la luz de tu interior—aquí dentro está todo oscuro—; eso de andar por el desfiladero de la esperanza… A mi edad ya no tengo complejo de topo, lo de los Scout ya no me va ni me viene, la brújula de mi vida está guiada por impulsos presentes,  nada de rutas o itinerarios prefijados, no creo que haya más luz que la de fuera, la que viene del sol y de la electricidad, así que, Yolanda… por Dios, haz un favor a la humanidad: cómprate una moto y piérdete.

TAJ MAHAL

India. Taj Mahal. Una vuelta y un deseo: encontrar el amor verdadero.
Adelaida avanzaba descalza en torno al monumental y fastuoso palacio. Rezaba un padrenuestro y apretaba las manos en el interior de los  bolsillos de su pantalón, sin tener muy claro si aquel acto era  terrenal o espiritual.
Miró al cielo,  la luna anaranjada y redonda asomaba entre palmeras. Cómplice le guiñó un ojo. Sonrió. Adelaida era ya una madurita de cuarenta y tantos. Soltera. Descalza y sorteando ratas se santiguó según sus costumbres. Anillo cerrado con éxito. Algo confundida  se sentó en el blanco mármol del  suelo para apreciar el monumento a  cierta distancia y un hombre que acababa de dar la vuelta también, cien pasos detrás de ella, se le acercó para pedirle fuego.
Y era él.

viernes, 7 de diciembre de 2012

SECCIÓN: HOY ESCRIBO.

RELATO EL INCONSCIENTE CONSCIENTE

Hoy os presento un relato escrito en el año 2003, recuperado y revisado en el 2012. Habla de la soledad durante el  proceso creativo.  Y lo difícil que es separar lo consciente de lo inconsciente. Un relato fantástico, sencillo y sin pretensiones. Disfrutadlo.

El inconsciente consciente


 "Existe algo más importante que la lógica: la imaginación".
   ANÓNIMO     
                                           
“Y tú, lector, ¿Has aprendido a ver el  burro con alas dentro del joyero de tu esposa?  ¿Has sentido el olor del mar  y los vientos de paisajes inexistentes a través de ventanas opacas? ¿Has visto las risas de las ranas en las caras de los niños? Espero que así sea, tendrás algo ganado: un refugio placentero y acogedor llamado Imaginación”.

ÉL estaba siempre dentro de mi cabeza. Y era muy  creativo ¾que si lo era¾, tanto, que no me permitía descansar. Se divertía mucho jugando entre los pliegues de mi memoria.  Siempre era ÉL el que se escondía.
Al principio, sus posiciones eran controlables. En el momento justo que yo quería, le buscaba, le despertaba de su aletargamiento  y ÉL, siempre bondadoso, me regalaba alguna historia fugaz de mi infancia que creía olvidada.  ¾En aquel tiempo, yo iba en su búsqueda a propósito, esa era la verdad¾.
Poco a poco evolucionó. Y  se volvió ansioso e impaciente. Aquel juego le gustaba tanto que quería que estuviera buscándole a todas horas. Entonces, las reglas de su particular  escondite cambiaron. Y yo cedí, ante la idea emocionante de crear y crear relatos sinceros; de los de corazón, de los que sientes emerger cual marabunta de hormigas en la barriga  y el palpitar de las venas parietales en cada pulsación del teclado, ¾o por lo menos, eso me parecía a mí¾.
Finalmente se tornó opresivo;  ya no era yo la que le buscaba, ÉL me asustaba brutalmente cuando menos lo esperaba: a la hora del café, en esquina tras comprar tabaco, bajando las escaleras del  metro, en la salita de mi casa, mientras mandaba un mensaje de móvil o hablaba por webcam, al saludar a mis padres, al rozar la mano de aquella mujer enferma del hospital, al dar el pésame a mi amiga por la muerte de su hijo… ÉL siempre, siempre, siempre  me sobresaltaba y me angustiaba a partes iguales, incluso me producía un vómito repentino, una revolución de mis entrañas, una  reacción corporal a su intención parasitaria y de efectos enfermizos, pero era totalmente inútil. No estaba en mi estómago. Estaba en mi cabeza.  Adquiría distintas personalidades:  era el niño recién nacido chupón de pechos, el jovenzuelo que levanta las faldas a todas las chicas del colegio, el ligón de playa, el adolescente salido, la madre mártir, el enfermo incurable, el infiel, el amante, el calvo ¾y, ¿el calvo? Curioso que también se tornara en al personalidad de un calvo, quizás, en un intento de hacerme infeliz derivado de mi extraña obsesión por los calvos. Me inquietaba, me distorsionaba la realidad a todas horas. No me dejaba vivir. Era obsesivo, compulsivo, y me requería a cada instante. Me agotaba de día y de noche. Toda yo era un mar de nervios en constante tempestad,  hasta extenuarme. Y yo no podía dejar de escuchar sus palabras.  Y quería morir y a la vez vivir porque era  a partes iguales  divertido y placentero pero increíblemente adictivo e insociable. Pagar un coste alto por  renunciar a vivir mi propia vida, consentir  que me utilizara cómo una marioneta en un teatro llamado papel en blanco, inmaculado, dispuesto a plasmar sus palabras constantemente. No entendía ni quería hacerlo, que yo tenía que descansar, desconectar, salir de su feudo de Taifas de vez en cuando para tomar aire fresco; un aire limpio y necesario. Le odié. Le odié por manipularme tan brutalmente que planifiqué el castigo. Tanto tiempo buscando mi doble en ese extraño y fascinante mundo masculino y resultó que llevaba el encuentro conmigo, programado en mis genes, por dentro, desde pequeñita: en esos veranos de piscinas y primeras sensualidades compartidas.  Había generado poco a poco al monstruo. El caso es que estaba tan adentro, como un virus de mortal belleza crepuscular, atado a una inexistente cadenita que apretaba pero no ahogaba, que no ahogaba pero apretaba... y que me seducía por encima de todas las cosas.
Un buen día, harta ya de estar sentada delante del ordenador escribiendo y escribiendo decidí salir a dar un paseo por el Parque de la Arganzuela con mi sobrina Marta.  Vi a una gitana rumana de pelo canoso, con un montón de globos multicolores con las formas de los  dibujos animados preferidos “Mickey Mouse,  Dora la Exploradora Barbie Sirena, Bob Sponja, y un sin fin más de personajes infantiles desconocidos para mí. No pude evitarlo y le compré uno. La sonrisa y el beso de un niño no tiene precio.  Al llegar a casa soltamos los globos y esos objetos rellenos de Helio se quedaban adosados al techo, ingrávidos, suspendidos, controlables. Si los metías dentro de una habitación no se movían casi y se comenzaban a deshinchar poco a poco. En ese mismo instante encontré, sin pretenderlo,  mi  solución. Lo pensé, lo sopesé, lo medité y lo reconsideré. Me dolía la cabeza rabiosamente por aquel plan descabellado. ÉL tenía que dejarme descansar.  Así que me encaminé a la tienda de gominolas de María, que seguía tan arrugada como siempre; no era capaz de recordarla con ninguna arruga de más ni de menos hasta allí donde retrocedía con mi  memoria.
Moras, chicles de sandía, bombones de chocolate negro, palomitas y patatas fritas.
¾¿Qué, lo de siempre? ¾preguntó sonriendo.
¾No, hoy no… Hoy no lo necesito. Es un día de decisiones importantes, no es un día DDIC (Depresión degenerativa impulsiva comestible).
¾Bueno, como estamos.  Y  entonces, ¿qué se te apetece?
¾Hoy me das una bolsa de  globos grandes.
Regresé a casa y me senté en el sofá  para reflexionar. Tenía que encontrar el momento apropiado para hacerlo. El caso es que ÉL aparecía y desaparecía sin  previo aviso, con proverbial desconsideración en cuando algún otro elemento se interponía en mis pensamientos. Usaría las palabras justas. Pretendía ser original. Nada de elaboradísimos poemas con nínfulas y demás elementales, que utilicé en anteriores tentativas, despertándole todavía más. Esta vez sería la definitiva. Establezco mis propias bases y determinaciones y me animo a no desistir. ÉL  lo intuía pero no quería creérselo.  Tenía muy claro que debía librarme de él y no paraba de atormentarme la idea de que aquella determinación fuera para siempre. Cogí el globo… me levanté… me oprimía el pecho… no sabía  si  iba a poder ejecutar el plan. Sujeté nuevamente el globo, lo acerqué a  mi boca. Debía  intentarlo…. ¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo, mierda!¾Vencida, rendida, confusa y derrotada a partes iguales me dejé caer en el sofá queriendo despertar de la pesadilla. Me pellizqué el muslo hasta hacerme daño. Pero, por desgracia para mi y mi muslo, todo era real. Hice tiempo distraída con la tele intentando no pensar en nada para no provocarle más.
¾Ahora o nunca¾ Pues ahora, y con decisión. Me levanté rauda y veloz y antes de que ÉL  pudiera  darse cuenta ya había  soplado fuerte  dentro del globo y le había mandado dentro.
Respiré aliviada. El globo comenzó a moverse irritado, lo anudé rápidamente  para que no pudiera salir. Me quedé de golpe extrañamente  tranquila. ÉL gritaba, pataleaba, se enfurecía y comenzaba a botarme en la mano… No lo entendía.  Su energía en movimiento me desquiciaba porque trasmitía a través de mi brazo impulsos  eléctricos. Por fin, tras varios minutos, se calmó. Batalla ganada. Lo había conseguido. Ese había sido su castigo necesario. Le encerré… pero sólo por un tiempo. Le hablaba de vez en cuando. «No te preocupes. No me hagas llorar. Van a ser solo unos días. Sabes que no puedo con esto. Se lo contaba todo como un confidente, se reía a veces.» Consiguió aceptar su situación de aislamiento dentro de esa burbuja de plástico poco a poco. Algunas noches se revolvía más y se frotaba con el gotelé del techo con saña, esperando romper su prisión y liberarse.  Recuerdo una ocasión, incluso, en la que se acercó  peligrosamente a la lámpara. La luz le gustaba. ¿O pretendía reventar el espacio que ocupaba tan liso, frío y oscuro? Le cogí y le até con un cordel al respaldo de la silla. Gritó desesperado y  se me escapó de las manos al menos tres veces antes de que consiguiera atarle. Yo lo entendía.  Pero era indudable que aquella decisión había sido  lo mejor para mí.
Salir de paseo, totalmente necesario. Son Montuno y los boleros de Machín en mi “ipod” .  Oler los árboles y sentir el palpitar de su sabia bajo la corteza en un abrazo natural me tranquilizaba. (Háganlo, si no lo han probado, métanse en un bosque y abrácense con sinceridad a la pulsación vegetal de la corteza de un árbol, escuchen sus silencios, respiren el olor de sus anillos de vida, sientan sus esencias milenarias…) Siempre obtengo resultado: relax para mis  sentidos y  paz para compensar mis desvaríos y chaladuras. Me sentí libre y disfruté del sencillo paseo, y luego un helado, y luego unas risas sinceras con mis amigos, y luego una noche de sexo desbordado con Manuel en su casa rural de Somolinos, y luego… yo a secas y mis circunstancias. Lo suficiente.
Pasaron los días y el globo empezó a  deshincharse. Tuve miedo de perderle. Así que se me antojó pincharlo y abrir la boca de nuevo para que regresara. Lo hice, con la sensación de que no funcionaría. Lo cierto era que le había echado de menos un poquito. Vamos, que sí, que le había echado  de menos de verdad de las verdades. Para qué negarlo: sus sustos y sorpresas, principalmente.
Me entendí  más y mejor; cómo las locuras en las que se embarcan determinados temperamentos artísticos tienen tantas direcciones como una rosa de los vientos...y la veleta de mi vida, había tomado un nuevo rumbo: recuperarlo. La obsesión y  necesidad más imperiosa. Lo hice, no muy convencida de que funcionara. Pero funcionó…ÉL salió disparado a través de la aguja, me erizó todos los pelos de la mano, ascendió por mi brazo, se encaramó al hombro, giro por mi cuello  y se introdujo vorazmente en mi boca… Allí estaba, instalado a sus anchas nuevamente en mi cabeza. Me provocó una inexplicable felicidad. Al menos  había aprendido la lección: era mi siervo y no yo su esclava. Muchas veces después repetí la misma acción. Cuando quería hacer cosas por mí misma soplaba dentro del globo  y desaparecía de mi vida por unos días. Pero pasó… pasó lo irreparable. Un día le dejé dentro del globo, en mi cama, recostado en la almohada y  cuando llegué ya no estaba. Una chica mejicana  (de pelo azul y ojos verdes ultramar, nunca  la pregunté si eran o no lentillas, pero ya nunca lo sabré) que contraté para ayudarme con las tareas domésticas, lo debió pinchar y tirar a la basura. 
Ahora, desgraciadamente, puedo intuir qué fue de nuestro último adiós. Hoy la he visto en un programa de televisión. Mi Carmina, la que movía el polvo de mi casa  y limpiaba mis mierdas, también desapareció sin decirme adiós aquel día. ÉL, mi inconsciente creativo, fue consciente…  Y lo hizo a propósito, por estar sometido a mi tiranía de usar y desusar a mi antojo.  Ahora lo sé. Se marchó con  ella no hará más de un año.  Y Carmina, vertiginosamente, se ha convertido en la mejor  actriz porno del mundo.  Con menos esfuerzo, sin carrera universitaria  y haciendo algo que parece que le  gusta en  Red Tube. Una forma, como otra cualquiera, de usar la imaginación y ganarse la vida. Ella sí supo aprovechar  la creatividad de ÉL. ¡Lista!
Respiro resignada. Tres, dos, uno: FIN.