Glup.
Me
llamo Inés, tengo diez años y os voy a contar la maravillosa historia de Glup.
Glup
nació de un huevo. Pero no de un huevo cualquiera, no, fue comprado el día 27
de diciembre de 2016 en los chinos de la esquina de mi colegio. Lo adquirió mi
madre como premio a mis buenas notas. Lo elegí yo: era de color azul y tenía
motas grises por todo el perímetro excepto en la parte superior, que contaba
con una gran mancha blanca. Costó exactamente tres coma setenta y cinco euros.
Lo metimos en agua. Después de tres días empezó a crecer más de la cuenta. Mi
madre se agobió un poco al principio. Le cambiaba el agua y el recipiente
porque crecía y crecía sin parar y siempre le añadía sal y vinagre para
quitarle mejor las cáscaras —si es que en algún momento se le
caían—. Como crecía más de lo esperable, se quedaba atascado entre las paredes
y teníamos que romper los objetos para extraerlo. Primero usó un táper
cuadrado, luego un cubo de fregar cristales, luego un barreño de la ropa y
finalmente infló una piscina de plástico de cuando yo era más pequeña y la
llenó de agua. Cogió aquel huevo que ya pesaba los cuatro kilos y lo introdujo
dentro. El huevo tenía vida, eso nadie podía dudarlo. De vez en cuando se movía
un poco y pensábamos que en cualquier momento saldría de allí algún tipo de ser
paleolítico. Estábamos alucinando en colores con la situación, lo que nos
asustaba y sorprendía a partes iguales. La cuestión es que estuvimos esperando
como cosa de un mes hasta que un día, al llegar a casa después del colegio,
aquello, fuese lo que fuese, ya había salido.
Mi
madre cogió un bate de beisbol, yo el cepillo de barrer y mi hermana
Ingrid una varita mágica. Y nos dedicamos a hacer inspección por toda la casa
muertitas de miedo. Tras una revisión exhaustiva de todos los rincones,
armarios, el trastero, el garaje, el porche cubierto, etc., mi madre soltó el
bate y confirmó lo que todas sabíamos: en la casa no estaba. Y se fue al jardín
a buscarlo. Allí estuvo una hora aproximadamente (que es lo que duran dos
episodios de Soy Luna) removiendo rosales, subiéndose a los
árboles, quitando macetas, retirando maleza, y cuando ya lo daba casi por
perdido, desesperada, se fijó en un arriate de la parte trasera y vio moverse
algo. Se acercó. Allí estaba: una cosa redondita y un poco aplanada, con dos
ojos como canicas y dos cuernecitos incipientes a modo de botones en la parte
superior de la cabeza que le miraba con sonrisa graciosa y temerosa al mismo
tiempo. Y mi madre dijo:
—¡Hola!
¿Eres tú el pequeño que ha salido del huevo?
—Glup
—contestó.
—¿Glup
es sí?—preguntó mi madre.
—Glup
—repitió.
Mi
madre dio un grito para avisarnos.
—¡Chicas,
lo he encontrado! ¡Dice «glup, glup»! ¡Está aquí. Venid!
Y
cuando lo vimos por primera vez nos enamoramos perdidamente de él. Era la
mascota más alucinante del universo. Y decidimos llamarlo Glup.
No
sabemos por qué sucedió algo así, pero la cuestión es que sucedió.
—Bueno,
chicas, ¿y ahora qué hacemos con este? —dijo mamá señalando al curioso ser.
—Mami,
pues cuidarlo —respondió Ingrid. Y le acercó su varita mágica que se puso
instantáneamente rosa y brillante, lo cual gustó sobremanera a mi hermana.
—No
sabemos si puede ser peligroso o contagiarnos alguna enfermedad. Creo que
deberíamos llevarlo al veterinario.
—¡Si
lo llevas al veterinario nos lo van a quitar. Y lo sabes! —exclamé yo. Además,
si es mi regalo, déjame a mí saber lo que quiero hacer con él.
—Perfecto,
a partir de hoy la responsabilidad de Glup es tuya, Inés —concretó mi madre.
Vivir
con Glup estaba siendo un poco complicado. Le gustaba estar siempre mojado. Y
devoraba el chocolate. Mi madre hacía todos los días pasteles, bizcochos,
sándwiches de Nocilla. La Nocilla le molaba cantidubi. Abría el frasco con los
cuernos telesféricos que actuaban a modo de manitas y relamía todo el vaso de
cristal. Y además, si te despistabas, se te subía por las piernas como si fuera
una garrapata y te echaba en la cara un chorrito de color azul, que no sabemos
de dónde salía, y tenemos claro que no era pis, era como una forma simpática de
decirte «te quiero». Glup es muy chistoso. Sí, os lo prometo, le gusta contar
chistes. Habla nuestra lengua. Luego nos dijo que nos podía escuchar a través
del huevo y que aprendió nuestro sonido. También tiene una habilidad innata
para bailar y hacernos reír. Pero eso creo que lo ha sacado de la tele y la
Wii.
Todo
era perfecto y maravilloso. Hasta que un día del mes de febrero mi madre
decidió celebrar el cumpleaños sorpresa de mis primos gemelos Marcos y Pedro en
el salón de casa. Pedro nació exactamente diez minutos antes que Marcos y es
mucho más pequeño, más feo y el ser menos gracioso del universo, aunque eso
ahora es intrascendente. Mi madre lo dejó todo preparado y cogió la camioneta
para recoger a mi tía Paqui y a mis primos. Mi tía Paqui sufre una extraña
enfermedad que no le permite conducir por miedo. En fin, que siempre tenemos
que estar llevándola y trayéndola a todas partes. Así que estuvimos esperando
en el porche trasero junto con el resto de niños de la urbanización,
poniéndonos los disfraces de superhéroes y superheroínas que cada cual había
traído, ayudados por Cristina, nuestra cuidadora. Y cuando abrimos la puerta y
les dijimos a mis primos el esperado «¡Sorpresa!» casi nos da un ataque. El
salón tenía restos de comida y bebida por todas partes, todo estaba
desperdigado por el suelo y las paredes. Y mi madre se puso muy nerviosa y dijo
gritando y mirándome:
—¡Inés,
hasta aquí hemos llegado! Ve a buscar a Glup y castígalo en un armario.
Y
yo, obediente, lo hice. Lo metí en el armario de mi cuarto y le ordené que no
se moviera de allí bajo ningún concepto, que buena la había liado, y que mi
madre, después de esta, seguro que tomaba alguna medida drástica. Y que las
medidas drásticas de mamá son muy muy imprevisibles.
Definitivamente
se había pasado tres pueblos. Pero me miró con sus ojitos redonditos, puso carita
de sentirlo mucho y me pidió perdón. Entonces lo achuché y le solté un besito
en su frente…
—¡Anda,
no la vuelvas a liar! Por favor, no salgas del armario.
Sonrió
y cerré la puerta sin dejarlo a oscuras, porque la puerta tiene rendijas de
ventilación. Además, no le eché la llave, por si necesitaba ir al baño a hacer
pis.
Y
Glup, sabiendo que abajo había un cumpleaños y que estaba todo lleno de dulces
y chocolate, pensó que si se disfrazaba, él también podría pasar desapercibido.
Buscó en el armario y encontró un disfraz de tortuga ninja de cuando yo era más
pequeña. Y se lo plantó. Entonces bajó a la cocina, abrió el
transportín de plástico de la tarta de tres chocolates que había preparado la
abuela y se la zampó.
En
ese momento vio que mi madre se aproximaba a la cocina pasillo adelante con una
pila de vasos de plástico sucios y una bandeja de restos, y no se le ocurrió
otra cosa mejor que meterse dentro del transportín de la tarta.
Mi
madre lo cogió, cogió el paquete de velas y los dos nombres de cera que había
encargado para mis primos, se dirigió al salón con aquello en la mano,
sorprendida de que pesara tanto —pero como la abuela era muy burra, seguro que
había preparado una tarta de tres pisos—. Y llegó a la mesa, apagó las luces,
abrió la caja y ¡sorpresa!
Allí
había una cara redonda, con unos ojos abiertos de par en par y con gesto de «me
han pillado».
Todos
los niños reunidos alrededor de aquella mesa vieron a Glup y lejos de asustarse
y salir corriendo, se quedaron callados, mirando, hasta que la pequeña voz
chillona de Sonia, la niña coletas, exclamó:
—¡Queeeeeeé
moooooono! ¡Yo quiero uno!
Y
todos se abalanzaron sobre el pequeño ser.
Y la ilustración pertenece a RAFA MIR, más información en su perfil de facebook:
Crédito final: Este relato nació y creció de la mano de Antonio Valencia Fernández. ¡Gracias siempre!
Glup se puso tenso. «Pero estos ¿qué
quieren hacerme? ¿Qué quieren hacerme? ¿Me quieren tocar, morder, besar, matar?
¡Qué nervioso me estoy poniendo!». Y gritó fuerte:
—¡Glup no tocar. No tocar. No tocar!
Todos querían mimarlo, besarlo,
abrazarlo y jugar con él porque era un ser tan achuchable… Pero tuve que
establecer turnos y que lo hicieran despacio para no agobiarlo mucho.
Pedro y Marcos, mis primos, dijeron que
ese era el regalo de cumpleaños más bonito que podrían haberles hecho. Yo
discutí con ellos para explicarles que no era un regalo, que Glup era solo mío
y que se fueran olvidando del tema.
Mi madre y yo nos vimos obligadas
a contarles a todos los niños, a mi tía, a mi abuela, a Cristina y
al perro de la vecina cómo había nacido y cómo había llegado a ocupar nuestras
vidas el pequeño Glup. Y les insistimos hasta que firmaron un pacto de silencio:
prometer que no se lo dirían a nadie. A cambio podrían venir a ver a Glup
siempre que quisieran.
Por primera vez en mi vida sentí que era
la protagonista de algo grande. Pero aquí el único protagonista será
Glup para siempre. Y la suerte que tenemos de compartir un secreto en común
gracias a él. Hemos conseguido ser los mejores amigos del barrio. Hasta hemos
formado una pandilla y todo: somos Los Superglup. Y tenemos superpoderes. Ya
los iréis conociendo. Nos está enseñando muchas cosas mágicas nuestro pequeño
amigo. Pero eso será objeto de otro capítulo.
Hoy nos vamos al río con un invitado muy
especial en la mochila… a llenar nuestra vida de aventuras. Pero para que no
sepáis dónde encontrarnos me he permitido la licencia de omitir cualquier dato
relacionado con mi ubicación y como todavía no tengo móvil ni quiero tenerlo,
creo que nuestro secreto estará a salvo mucho tiempo. ¡Feliz verano,
astroalmas!
Esta entrada se publicó por primera vez en SURCANDO EDICIONA:
Y la ilustración pertenece a RAFA MIR, más información en su perfil de facebook: