Este fue un experimento en el que a través de micro-cuentos iba retratando a una serie de personas que estaban en una fiesta. Un juego divertido para aproximarse a los personajes usando el rojo como hilo conductor. ¿Qué hay de rojo en ti? Es una pregunta mucho más personal que política. Explora dentro y cuéntamelo, si te apetece, en la sección "Contacta" .
Señales de tránsito.
Buen rojo
Señales de tránsito.
Buen rojo
La chica de los ojos grises ya no es una
niña. Hoy lleva tacones y un vestido corto blanco. Se ha acercado a mí y, con
pudor, me ha pedido un tampón. Se excusa: es que no he traído el neceser de las
cosas íntimas y no tengo. Sonríe… Está rodeada por unos cuantos adolescentes,
modelo león, elefante, perro y varios ratones. No tiene ningún interés por
barrer ni para dentro ni para fuera. Sólo espera con su cinta roja puesta. Y
sucederá en cualquier momento. Está disponible.
Versos en rojo
El artista del fondo, que hace años que
no escribe un libro, hoy me ha comentado cómplice que por fin han vuelto las
musas, y ha conseguido escribir cien versos al amor y en un intento de
continuación de libro escrito por Pablo Neruda llamado El corazón
amarillo, mientras se prepara para su muerte. Me explica: «Es un libro
cargado de reacciones, multiplicidades, contradicciones, amenazas en ciernes
que nos llevan del miedo a la acción en la vida. También expresa los placeres
cotidianos derivados de la fama y la terrible angustia de la falta de
privacidad». Le oigo y le veo, pero no le siento. No me trasmite nada más allá
que el narcisismo de escucharse a sí mismo. Me intereso por su mujer y su hija,
responde correcto y me mira el escote descortésmente. Luego me pregunta que si
se me ocurre algún nombre para su invento. «Versos en rojo», le propongo.
«Perfecto», asiente. —Me aburre—.
Luna
Aquí cerca de la barra del bar que han
instalado a la salida del living room está el que llaman
artista. Dicen que se le fue la cabeza el día de la luna roja, cuando se quedó
mirándola toda la noche. Estaba hipnotizado cuando le encontraron encima del
tejado de su casa a punto de desmayarse porque no había comido ni bebido nada
durante cuarenta horas. Y desde entonces sólo pinta cuadros rojos. Todo tipo de
desnudos de mujeres y hombres en todas las posiciones imaginables. Eso sí,
siempre desnudos. Es sórdido y, según las posturas, hasta de mal gusto. Parecen
como bebés recién nacidos. Y para justificarse puntualiza: «Todos los cuadros
son mis hijos, paridos de mi mano, pintados con cariño pincelada a pincelada».
Como metáfora está bien, pero a mí, médica ginecóloga y madre de tres hijos, ya
no me valen tonterías así. Hace tiempo que no hablo con él. Es un poco agresivo
y no permite que nadie le lleve la contraria. Eso me desconcierta mucho porque
no estoy acostumbrada a que nadie me grite al oído. Salgo a la terraza.
Calles de Buñol
Miro hacia el fondo y hay tendidas lo
menos cincuenta camisetas blancas. Le pregunto a la anfitriona. Me explica que
ayer llevó a los invitados a las fiestas de la Tomatina. Que hoy el servicio
las ha lavado y tendido. El año que viene me apunto, me invito. «Pues claro»,
dice sonriendo. Y sé que no me podré apuntar jamás porque no puedo comerlo por
el ácido úrico. Pero intento ser tan amable e hipócrita como lo son todos.
El rojo es otra historia
El hombre gato está rodeado de mucha
gente, tiene la lengua áspera y suelta mucho pelo. Podría decirse que ya casi
no tiene pelo. Hubo un tiempo en que me pareció interesante, ya no. Sonríe
oblicuamente, sonríe arqueando una ceja, y a mí ya me da igual todo lo que
haga, diga o deje de hacer o decir. Me produce cierto repelús su presencia.
El mar Rojo
Hay un gran cuadro en el centro del
salón. Es el mar Rojo. Recuerdo algo que leí de este sitio hace tiempo: no
tiene afluentes, mantiene la temperatura entre 26 y 30 ºC todo el año, variando
en más menos dos grados, y se supone que se abrió en dos para salvar del yugo de
los egipcios al pueblo israelita, guiado por Moisés. Me parece que bien podría
ser este lugar narrado en la Biblia porque conecta África y Asia. Pero hay algo
que me gusta mucho más de este cuadro. Algo que me callo.
San Fermín
Amiga feliz por la derecha. Posición
correcta: tres de la tarde.
—Acabo de recordar que me hice unas
fotos contigo en los Sanfermines de 2010. El otro día las vi y les hice una
foto con el móvil para enseñártelas en la fiesta. Ven, mira. Estábamos tan
jóvenes y tan llenas de vida que me parecieron espectaculares. Como ahora, ¡qué
te voy a contar! Por ti no pasan los años… (Sonrisa verdadera).
—Sí, sí pasan, pasan los años y la vida,
y mañana puede que nos muramos, o pasado mañana, o lo mismo hoy al salir de
esta fiesta me da un infarto de tanto fumar. No sé.
—Anda, tonta, estás mejor que nunca. No
has visto cómo te miran todos… con ese tipazo y ese vestido rojo estrecho que
te has puesto… Ven aquí, siéntate a mi lado. Mira la foto. Corrimos,
¿recuerdas?, nos tiramos a la calle delante de los toros y corrimos… Fuimos de
las pocas que lo hicimos en la vida, pero lo hicimos… No sé ni cómo fuimos
capaces. Aunque terminamos con sangre en los brazos y las piernas de no sé
quién ni de no sé dónde, pero lo hicimos.
—Porque siempre hemos sido muy
valientes. No te lo digo nunca, pero lo pienso, eres la mejor de todas. La más
auténtica. Y sí, te quiero.
—Anda, disfruta tu momento, esta fiesta
es para ti. Porque yo también te quiero, amiga. Besos. Fin.
Planeta
Alguien ha encendido la televisión.
Interesado por las noticias de las doce. Vivimos en un planeta lleno de guerras
y de muerte. Gente expira todos los días violentamente. Contra natura. Contra
Dios o en nombre de Dios, según el bando que sea… Y vírgenes lloran sangre. Ha
habido un atentado. Una camioneta atropella a gente en Londres, gente normal
que pasea por un puente, y cuentan que después los conductores se bajaron y
fueron acuchillando a la gente en la calle y en un restaurante próximo. Es
dantesco. Algunas imágenes se están retransmitiendo casi en directo desde el
lugar del suceso. Y yo no veo nunca la tele…
Señales
Las rojas advierten del peligro y del
desastre.
Nadie las cambia por verde o azul. Son
necesarias. Cumplen una función. Nadie coge un cubo de pintura y comete la
imprudencia de hacerlo. Ni por arte ni por locura. Nadie por el momento…
El bolígrafo rojo
Deberían instaurarlo como necesario para
todos los aprendizajes. Ver los fallos en rojo te conecta las neuronas. Te
ayuda a reconocer los errores de un solo vistazo. Yo soy muy visual. Necesito
hacer fotografías mentales de las cosas que estudio. Toda la vida lo he hecho.
Creo que la profesora de piano está haciendo bien su trabajo: hace anotaciones
en rojo en una libreta sobre los ejercicios mal resueltos del hijo mayor. Sin
embargo, el padre observa la escena con desaprobación porque está más
preocupado por si su hijo hace el ridículo en público en lugar de que aprenda y
avance. Es un amante de la superficialidad extrema. Puede que no fuera una
buena idea haber elegido esa pieza, el Concierto para piano n.º 1 de
Rajmáninov, incluyendo el violonchelo de su hermana menor. Pero parece que el
señor Perfecto le dará una oportunidad. Sólo una…
Sin rojo
—¿Sabes que se me ha ido la regla? Estoy
menopáusica —me dice la soltera de oro.
—No me digas…
—Sí, —afirma mientras bebe un sorbito de
ron con Coca-Cola.
—¡Pues quién lo diría!, yo te veo
estupenda. —La animo. Pero en el fondo se ha puesto redonda, redonda…
—Pues creo que estoy más irascible,
malhumorada y desequilibrada que en toda mi vida. Pero ¿sabes otra cosa? He
perdido algo más…
—¿El qué, chata? Venga, dime…
—El miedo a vivir y a hablar.
—Me alegro.
***
Suena el teléfono
—¿Qué tal, mi amor, cómo va la fiesta?
—Es la voz de él.
—Bien, todo perfecto. Hay mucha gente
aquí. Casi todos llevan algo rojo curiosamente.
—Es lo que querías, ¿no?
—Sí. Bueno, fue una sugerencia, en
homenaje a la vida, a la felicidad que se trasmite con el rojo. Pero me faltas
tú.
—Ya sabes que siempre estoy contigo. Mira
en el cenador. Te hemos preparado una pequeña sorpresa, con la ayuda de tu
amiga.
—Voy.
Sigo el camino de baldosas rojas hasta
un cenador que hay al final del jardín. Allí hay un gran ramo de rosas y una
fotografía. En ella puede verse a un hombre mojándose bajo la lluvia. Sin
paraguas, con los brazos levantados, mirando al cielo, en un atardecer lluvioso
al norte de Australia. Reconozco el sitio porque yo estuve allí con
él y yo hice esa foto. Al girar la imagen leo: «Ven, mójate, siente
la vida. No te pongas el paraguas. Disfruta de este momento conmigo. Vive a mi
lado esta nueva etapa. Nunca estarás sola. ¿Te quieres casar conmigo?».
Miro el rojo del jersey y siento la
belleza del instante. Suspiro. Y veo mucho más rojo en esa instantánea, la
pasión de esos labios, el rubor de esas mejillas ante el primer beso, el calor
de su piel rozando la mía… Veo el amor en estado puro.
Luego me miro a mí misma, observo las
uñas rojas de las manos y de los pies, y me atuso el vestido rojo que me
aprieta cada centímetro, y un flash me saca de la realidad. ¡Ay, Dios, el bolso
rojo! ¡El bolso rojo está en el coche!
Salgo corriendo, casi volando hacia la
entrada, atravieso la puerta de la finca, me quito las sandalias plateadas y
corro avenida abajo con los tacones en la mano y llego al coche. Allí está la
señal final: han reventado el cristal del copiloto y han robado ese bolso.
Y de repente me siento la mujer más
desgraciada del mundo. Sólo tengo un teléfono para comunicar la situación: ni
llaves de casa, ni llaves del coche, ni documentación. Es el momento más frágil
y vulnerable de mi vida. Respiro, cuento hasta diez, grito de rabia, lloro de
impotencia, me tiro del vestido y me araño los brazos del cabreo, y sin tabaco…
¡Mierda! Entonces, me recojo el pelo en una coleta, respiro, vuelvo a contar
hasta diez, me miro en la luna tintada, sopeso la situación y decido regresar a
la casa para servirme un gin-tonic en la fiesta. Todo es material. No voy a
permitir que se arruine uno de los momentos más felices de mi vida.
Miro el teléfono y marco su número.
—Sí, cariño, quiero casarme contigo.
Este relato fue publicado por primera vez en:
Las ilustraciones pertenecen a Paloma Muñoz. Más información en: