Queen of Rock.
—Me
llamo Anna Mae Bullock y nací en Nutbush, Tenessee, en el año 1939. Mi familia
cultivaba algodón, recogía algodón, dormía y vivía por y para el algodón. Y yo
lo odiaba: el sol picándome la piel, los labios agrietados, las manos arañadas,
las hileras interminables de la plantación, y las extenuantes jornadas
recolectando las malditas borras blancas. Acres pateados durante catorce horas
diarias para conseguir la materia prima más limpia, a mano. En medio de todo,
cantaba con la furia de una guerrera, gritaba a la tierra fértil y al cielo, a
ratos, incluso aullaba. Así fue como comenzó todo: desde el fondo y con la
rabia por bandera. Una mañana llené una maleta diminuta y subí a un carromato
que circulaba por la antigua autopista 19. Había pensado tanto en ello que
cuando me marché no sentí el más mínimo remordimiento. Me hice una
promesa: nunca más volvería a pisar esos campos pasara lo que pasara.
»Mi
primer destino fue San Luis. Allí no tardé en matricularme en el Summer High
School y comencé a cantar en pequeñas cafeterías y clubes nocturnos, de esos en
los que de vez en cuando un negro le da un botellazo en la cabeza a otro.
Lugares donde se gestaban leyendas urbanas como aquella que explicaba cómo a
uno le habían cortado el pescuezo mientras meaba. ¿Sabes de qué hablo?
Moví
la cabeza y seguí apuntando todo.
—Trabajar
de noche en los clubes era peligroso, y sobre todo si vendían alcohol después
del cierre, que era en la mayoría de los casos, intentaba que me escoltara a
casa algún compañero de la banda. De San Luis no recuerdo mucho más que el
ambiente nocturno. Cuando llegué era una ciudad en expansión, con rascacielos y
gente viviendo en eso que llamaban manzanas de pisos. Muy ortogonal en cuanto a
planeamiento urbanístico, muy evidente para pasear y situarse. Pero sobre todo,
con unas maravillosas puestas de sol. Eso sí que lo recuerdo de una forma muy
especial.
»Sucedieron
muchas cosas en aquellos primeros años: contratos como cantante, compositora,
bailarina y actriz. En general, espectáculos de poca monta, lo justo para
empezar. Fue precisamente en el Club Imperial donde conocí a mi futuro marido
Ike, con el que empecé a cantar a los dieciocho años en nuestro propio dúo.
Éramos tan jóvenes y teníamos tanta vitalidad que no era extraño que actuáramos
todos los días a cambio de un alojamiento lo suficientemente digno. Cuestión de
ilusión y de amor, porque en aquellos días nos amábamos de lo lindo; podíamos
pasarnos todo el tiempo debajo de las sábanas, sin comer, abandonándonos
locamente… En fin —gesto resignado—. Ike era muy temperamental y, sobre todo,
mucho más decidido que yo, y eso ya era mucho decir. En el año 1960 presentamos
nuestro primer sencillo, A fool in love, que fue un éxito de ventas
en el mercado estadounidense y europeo. A partir de ahí, todo parecía
sonreírnos. Éramos jóvenes y ganábamos mucho “money”. —Se ríe y ladea la cabeza
atusándose el pelo. Entonces coge una fotografía en blanco y negro con la
mano derecha—. Guapos, lo que se dice guapos, no éramos, pero lo
compensábamos con nuestra puesta en escena y el espectáculo rítmico de
nuestras actuaciones. Nadie que nos conociera en aquella época podría decir lo
contrario. ¿Sabías que en los primeros conciertos la gente estaba sentada?
—No,
no tenía ni idea.
—Pues
sí, pero cuando empezamos nosotros, no podían reprimirse y terminaban sobre las
sillas de madera gritando, saltando, sudando, y algunos, los del fondo, incluso
metiéndose mano. Madre mía, ¡qué tiempos!
»Un
poco más tarde compusimos temas mucho más rockeros como Come Together, Honky
Tonk Woman y I Want to Take You Higher. En general, el
público no estaba acostumbrado a nuestros directos. Eran orgásmicos, incluso
obscenos (según algunos medios conservadores y algo reprimidos). Yo sí creo, y
viéndolo ahora con cierta perspectiva, que traspasaban la barrera del erotismo.
Tuvimos muchas críticas en esa sociedad todavía un poco inhibida pero en rápida
progresión —afortunadamente para mí—. Perdía totalmente el control cuando me
subía a un escenario. Era una cuestión de sinergias y ahora no sabría decir
quién arrastraba a quién. Ike estaba rebosante de testosterona en aquellos años
y durante un viaje a Tijuana (México) en el año 1962, me pidió matrimonio y
acepté. Con él tuve dos hijos: Michael y Craig. Y no recuerdo que fuera ni
buena ni mala madre. Lo fui en la medida que la vida me enseñó. No podría
ponerme buena nota, pero puede que ellos no piensen igual. Tal vez esa pregunta
deberían contestarla ellos. ¿No te parece?
Yo
afirmo con la cabeza. Llegado a este punto, Tina se sirve un poco de agua en
uno de los vasos de cristal de la mesita de fumador, bebe y contesta una
llamada de teléfono, para lo cual sale de la sala y se excusa. Al cabo de tres
minutos vuelve y continuamos con su biografía.
—¿Por
dónde íbamos? —se pregunta—. Ah, sí… En 1971, tras hacer una nueva versión
de Proud Mary —¡qué temazo, chico!—, canción originalmente
grabada por la banda Creedence Clearwater Revival, ganamos un
“Premio Grammy” premio Grammy a la Mejor interpretación de un dúo o grupo de
R&B. Recuerdo la emoción cuando lo recogimos y las palabras nerviosas
de una voz que nunca me había temblado. Pero después, sin saber muy bien por
qué, las cosas se estancaron. Trabajé en algunas películas e incluso intenté
una primera escapada en solitario con mi álbum de debut titulado Tina
Turns the Country On en 1974. Intentando recuperar la popularidad
también acepté interpretar el papel de la Reina del Ácido en
la película Tommy. Gracias a las críticas derivadas de esta
película, mi segundo álbum como solista se tituló Acid Queen y
vio la luz en 1975. No fue mal. Pero, quizás, fue un detonante para Ike: los
celos y las drogas le habían ido devorando por dentro. A veces me espetaba:
¡eh, tú, seguro que ya andas por ahí con algún tío que te pellizca los pezones
y te saca la minga para que se la chupes!
»Inconfundible…
A las malas era un ser cruel y machista. Yo quería que se muriese, lo deseé
muchas veces por su propio bien, pero Dios nunca me hizo caso… Habíamos quemado
tantas mechas juntos que poco a poco nos estábamos destruyendo. No podía ser de
otra manera, todo estalló y nos fuimos a la mierda, eso sí, cada uno por su
lado. Fue en el verano de 1976. Casi no hablábamos; sólo una serie de gruñidos
en respuesta a mis discretos intentos. Ike fue protagonista de un escándalo
público cuando me golpeó y eso derivó en nuestra ruptura y separación legal. Lo
cierto es que no era la primera vez, pero hacerlo tan en público y por todo lo
alto fue la última. Respecto a nuestras carreras, suspendimos todos los
conciertos que estaban previstos para los siguientes meses y, después, yo me
lancé al vacío más sola que nunca sobre el escenario, pero a la vez muy
arropada por un público fiel. Así que comencé mi carrera en solitario de
verdad, no sé si corriendo en dirección a algo o huyendo de algo. Nunca lo tuve
muy claro. Pero seguir cantando era mi única opción.
»Luego
me dio un poco de nostalgia por mi tierra natal y compuse —ahora no tengo
claro si antes o después del incidente mediático de Ike— Nutbush City Limits (Los
Límites de Nutbush), que versionaría de nuevo también en 1991. Una canción
—para mí— de las más importantes de mi vida. Quizás fue a raíz de aquello, un
poco antes o después, tampoco lo recuerdo muy bien, cuando alguien decidió
renombrar la autopista 19 comoAutopista Tina Turner en mi honor.
»Repasar
una vida en una sola tarde es complejo. Soy consciente de que me olvidaré de
cosas importantes que después tú tendrás que reordenar tirando de otras
entrevistas, libros y películas, pero vamos, que tienes material suficiente
para este pequeño curriculum que quieres presentar a tus compañeros de
Ediciona; merecerá la pena el intento, ya verás. Pero realmente no me has
contado algo vital: ¿en qué consiste tu proyecto?
Y
ahora el entrevistador se ruboriza y es entrevistado ni más ni menos que por
Tina Turner… En fin, veamos.
—Ediciona
es un proyecto donde se dan cita dos disciplinas: la literatura y la
ilustración. Cada dos meses, y a votación de los interesados en participar en
la convocatoria, se propone un tema y se realiza el trabajo de la escritura.
Trascurridas tres semanas se somete a corrección de puntuación, estilo, forma,
etc., y finalmente el ilustrador —en función de la extensión del relato— decide
si incorporar una o dos ilustraciones. Después, con todo montado, se cuelga en
red para que la gente vea los trabajos y juzgue si merecen la pena o no. Lo
cierto es que hay mucha ilusión detrás.
—Mucha
ilusión y pocos medios. Eso me suena… ¿Y os pagan?
—No,
por el momento todo se hace por amor al arte. Pero es cuestión de tiempo, todo
se andará. Tina, perdona que te tutee, pero, si no te importa, es vital para mí
terminar esta entrevista para presentar mi trabajo en plazo y forma.
—No
te preocupes, disfruta con todo lo que hagas.
—Sí,
pero… es que estamos a 28 de febrero y no he terminado, y estoy fuera de
plazo.
—Bueno,
¿y qué más quieres que te cuente?
—Pues
lo más grande que te ha pasado nunca como cantante.
Durante
cinco segundos Tina se queda mirando el suelo y retira una pelusa de su botín
acharolado. Entonces recuerda:
—¡Sí!,
vale. Una cosa para mí muy emocionante. En el año 1990 —lo veo como si fuera
ahora mismo y se me ponen los pelos de punta— la imagen del estadio de Maracaná
en Río de Janerio con más de 180 000 personas. Creo que superé algún record
Guiness, ¡qué más da eso ahora! ¡Qué estupidez!
—No,
no fue ninguna estupidez —apunto—, fue glorioso.
—Lo
mejor de las actuaciones es el vértigo de poner el pie derecho en el escenario
y avanzar hacia el centro para mirar a tu público y sentir su calor. Eso es
electrizante. Mira, ¿ves? —Y estira el brazo para que pueda observar su piel de
gallina.
—Bueno,
si te parece, ya para ir rematando añadiré también que has vendido más de 200
millones de álbumes.Durante 2008 y 2009 abandonaste tu semi retiro para
recorrer el mundo con tu gira Tina!: 50th Anniversary Tour, que se
convirtió en uno de los más rentables de la historia del espectáculo.
—Efectivamente.
—Tus
composiciones, grabaciones e interpretaciones te han hecho acreedora de
diversos galardones y reconocimientos, entre ellos nueve “Premios Grammy”
premios Grammy. Tu nombre se halla en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Fuiste nombrada por la revista Rolling Stone como «una de
las más grandes intérpretes de todos los tiempos», y te colocaron en el
puesto número 17, superando a músicos como Michael Jackson y Prince, entre
muchos otros.
—¿Sí?
Eso no lo sabía. Vaya, gracias por el dato, pero sé que Michael y Prince son
grandes entre los grandes. Lo cierto es que sí quiero añadir algo ya para finalizar.
Sólo espero que me recuerden por mis energéticas actuaciones en vivo, mis
estrafalarios atuendos, la fuerza de mi voz y mi trayectoria musical. Y por
encima de todas las cosas, quiero que me escuchen cantar con la misma furia con
la que lo hacía con tan sólo quince años en los ya lejanos campos de algodón.
—Y mirándome muy fijamente a los ojos añade—: No importa de dónde vienes,
chico, sino a dónde quieres ir.
Y
hasta aquí. Se levanta, se quita el micrófono, la petaca, los lanza sobre el
sofá y me pregunta:
—¿Nos
tomamos una cola Royal Crown con un chispazo de whisky?
No
tengo ni idea de qué es eso ni de dónde lo pudo adquirir, pero contesto:
afirmativo.
Este relato fue publicado por primera vez en:
La ilustración pertenece a Daniel Camargo.